Resulta un poco raro estar sentado frente a un tío que va a comprar tu semen.
Vamos a llamarle Raymond. Es regordete, con pinta de nerd y una gran sonrisa. Lleva gafas y una camiseta con una referencia de cultura pop que no entiendo. Raymond es un cuckold, es decir, el tipo de tío al que le pone ver mujeres empoderadas practicando sexo con otros hombres, la negación del orgasmo y la castidad forzosa. El tipo de hombre al que le pone la humillación y que le traten como un sujeto sexual de segunda categoría.
A mi derecha, se sienta Mistress T.
Es una dómina profesional, y también una de las mujeres más conocidas dentro del mundo del fetiche de la pornografía femdon. Cuenta con más de 70 000 seguidores en Twitter. Tiene fans en todo Canadá, Estados Unidos y Europa. Cada día recibe cientos de emails de hombres desesperados por ser sus esclavos, que la quieren conocer en persona y que están dispuestos a pagar cientos de dólares por ir a comer con ella. Vive en una bonita casa (“la casa que construyó la masturbación”, se ríe) con una mazmorra en el sótano. También es una buena amiga. Hace poco me dirigí allí para ayudarle a terminar sus memorias.
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Esta noche voy por algo totalmente distinto.
Raymond ha conducido desde Estados Unidos para pasar unas horas con nosotros. Nos va a pagar la cena y las bebidas y va a acompañarnos a un cine de la zona a ver Henry & June. Después de eso, iremos todos a su casa y allí practicaré sexo con ella mientras él se sienta a mirar en una esquina y ella le dice que nunca será lo suficientemente macho como para hacer lo que hago yo. Me van a pagar entre 100 y 200 dólares por el trabajo, y 100 dólares por el material biológico que deje (me ha especificado que debe estar fresco, aunque yo le haya pedido que mantenga en secreto lo que planea hacer con él).
A Mistress T le va a pagar mucho más. Raymond es uno de sus clientes habituales y tienen una relación de dómina/cliente desde hace años. Esta noche solo soy un complemento, a lo cual Mistress T se ha referido en varias ocasiones como stunt cock: un objeto sexual para la satisfacción de los demás, y para hacerle ganar dinero. No es la primera vez que practico sexo para el consumo público esta semana.
Hace tres días fui a un apartamento en las afueras para grabar unas escenas de porno con una actriz porno bastante conocida (luego os cuento más sobre ello). Como la pornografía no es mi especialidad, fui a ver a Mistress T en busca de consejos, una conversación que nos llevó a un restaurante libanés, junto al hombre que iba a comprar mi semen.
“El tío solo sirve de adorno”, explicaba ella. “Tiene que hacerse el duro cuando necesito que lo sea, y también ser capaz de terminar en un margen de tiempo razonable”.
“Dios mío, no sé si seré capaz de hacerlo”.
Se encogió de hombros. “Normalmente les doy una segunda oportunidad a mis chicos. Después de eso, fuera”.
No eran exactamente las palabras de apoyo que esperaba.
«Esta noche solo soy un complemento, a lo cual Mistress T se ha referido en varias ocasiones como stunt cock: un objeto sexual para la satisfacción de los demás, y para hacerle ganar dinero»
Mientras estaba sentado frente a Raymond en la mesa, me preguntaba por qué diablos alguien acaba haciendo eso. Nunca me había considerado atractivo, no tengo nada especial, ni ningún tipo de magnetismo animal. Soy simplemente un tipo tímido con un pene más grande de lo normal.
Pero tanto si entiendo las razones como si no, voy a ver cómo es la vida de la gente que practica sexo por dinero, y la de la gente que paga por ello. Estoy a punto de pasar una semana como polla de alquiler.
Dios mío, espero no necesitar una segunda oportunidad.
La primera vez que quedé con Alyssa, llevaba una escayola.
“Un accidente en el gimnasio”, dijo tímidamente.
Era guapa, como uno se espera que sea una estrella del porno, con un ligero acento de Europa del Este. Iba vestida con ropa informal, sin maquillaje y con una sudadera ancha, después de haber acabado el rodaje de una escena esa misma mañana. Nos encontramos en una cafetería para lo que aparentemente era un meet and greet; habíamos conectado bien online, pero si te planteas practicar sexo con una desconocida delante de una cámara, es comprensible que antes quieras conocerla cara a cara. En contraste con las dudosas palabras de Mistress T, a Alyssa se le dio muy bien tranquilizarme.
“Lo más importante es estar a gusto”, dice ella. “Llevo haciendo esto desde los 19, así que me siento bien con todo lo que sea delante de una cámara”.
Conocí a Alyssa a través de Facebook unos diez días antes. Teníamos un amigo en común, alguien que hace años la había mencionado, a ella y su estatus de estrella del porno. Esa conversación no llegó a ninguna parte, y continuó así:
Yo: ¿A qué se debe el placer de tu solicitud de amistad? ¿Nos conocemos? ¿Quizá fue en el cumpleaños de [nombre del amigo en común que ha pedido educadamente no ser mencionado]?
Ella: Simplemente me pareciste mono, ja, ja.
Yo: ¡Lo mismo digo de ti!
[15 minutos de breve conversación sobre rupturas y rescates de perros]
Ella: Oye, ¿te gustaría filmar algo?
Yo: ¿En serio?
No era por el dinero, los hombres del mundo del porno hacen mucho menos que las mujeres, y los tíos que acaban en un plano secundario como yo, suelen trabajar de gratis (sí, lo que oís). Los clips de los artistas de la página de onlyfans.com se venden por menos de lo que vale su trabajo comercial. Así que, ante todo, deben tener el menor gasto posible.
Sin equipo, con artistas amateur que, en muchos sentidos, hacen que la idea sea más atractiva: menos dinero, más placer. Además, Alyssa me aseguró que sería POV y que no debía preocuparme de que me exigieran un orgasmo (algo que infundía terror en mi corazón), ya que se recurriría al ingenioso uso de la falsa eyaculación, que parece ser un truco muy recurrente en el oficio. Visita nuestra pagina de Sexshop chile y ver nuestros productos calientes.